miércoles, 4 de mayo de 2011

RICARDO MENENDEZ SALMON


Los Arrebatados, es una pequeña joya de la literatura de hoy. Una novela menor que para mí constituye una obra maestra.
De escritura muy barroca, es decir, provista de un exagerado vocabulario, de frases inacabables por su longitud y de una esmerada trama, se trata de una novela sombría que se divide en tres partes y un epílogo.
En la primera parte, El malogrado, nos presenta al hijo que ha cometido el parricidio. Lo presenta de una manera escasa, sin ahondar demasiado en otro hecho que no sea el propio crimen.
En la segunda parte, Patriarca, va narrando los acontecimientos a través de la figura de un padre mísero y cruel, que descarga su ira sobre la familia y les conmina a soportar una existencia ruin y oscura, horrenda en la más honda de sus entrañas. Para mí este capítulo es fundamental para entender esa literatura del mal que caracteriza la escritura de Ricardo. Mientras lees esta novela tienes la sensación de que las palabras se te agolpan en la boca y son expulsadas a borbotones. La oscuridad que refleja la novela es digna del mismísimo Fiodor, de hecho me recuerda mucho a Crimen y castigo.
La tercera parte, Las herederas, me parece un giro magistral. La herencia de esa miseria moral del padre y del sometimiento de la madre, reflejo de un espejo en el que las gemelas herederas hilvanan sus pobres existencias con la que acaban perpetuando la estirpe de esta familia, la familia Irizábal.
Dentro de poco me traerán Panóptico y con él completaré la trilogía escrita entre 1999 y 2003: a saber La filosofía en invierno que ya leí y Los Arrebatados que aquí comento.

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